martes, 2 de agosto de 2011

La ley del silencio

Hoy aplicas la ley del silencio.

Se ve que en el último eclipse nos alcanzó el Sol.

Bajamos nuestra hermosa persiana del deseo

Y no pudimos evitar que se colara la verdad rayando la pared de amarillo,

-esa verdad tan antigua-.


Llevamos años danzando alrededor de una hoguera,

Tan longeva como nuestra historia.

Son vidas ya.


Y cuando no nos quemamos andamos soplando sus brasas.

Al final acabé repleta de quemaduras, ya ves.


Mi niña, hoy aplicas la ley del silencio.

Y mi perro lamiéndome debilidades

Con el techo en carne viva mientras te recuerdo.


Tal vez llevamos demasiado tiempo

Encolando recuerdos con nuestra propia saliva

Y aunque tú nunca pidieras lo que yo te dí,

Me amputé verbos que ya jamás podré volver a pronunciar.


Ya no hay gigantes que hagan bailar sus aspas

Porque hoy aplicas la ley del silencio.

sábado, 16 de abril de 2011

La zorra

Y vuelvo con poco ruido y muchas heces. Sin cohetes, sin dinero, sin trabajo, sin tórridos diarios ni agujetas recién puestas. Sin heridas, ni propósitos de año nuevo. Vuelvo a este reducto exhibicionista de mi yo más lamentable con una lamentable disyuntiva: “ser o estar, he ahí la putada”.

Llevaba tiempo esperando un momento así para comenzar lo que vengo llamando “mi momento de onanismo vital”. Un tiempo indeterminado en la vida (exactamente los 547 días que tengo de paro) en que mi única preocupación sea masturbar cuantas zonas físicas, mentales, energéticas o espirituales pueda localizarme. Pues bien, hace ya un par de meses que comencé mi andadura en el paraíso Ni-Ni y hasta ahora mis quehaceres son de la envergadura de un bonobo. Me despierto una mañana en Sevilla, de cañas por el centro de Cáceres, café en Lisboa, la siesta en una playa onubense y el atardecer que sea granadino. Las copas en Madrid, siempre. Preparo visitas de p,amb tomaca y bikinis con mojo picón y hago combinaciones miles en la página de Atrápalo. Doy una envidia como para querer encerrarme en la casa de “El Reencuentro” de Telecinco hasta que me raje las venas con galletitas de animalitos, ¿verdad?

¡Una mierda como un piano de grande!

He hecho un balance:

Terapias: masajes ayurvédicos al son de cuencos tibetanos, reflexología y flores de Bach. [tengo un exceso de vata que te cagas, según se ve].

Deporte: 10 kilómetros diarios de bicicleta (estática, hasta que la otra lleve tele).

Vicios: sin cambios destacables.

Hasta ahí todo parece ir sobre ruedas. Mi cuerpo me responde y el postoperatorio empieza a quedar en el pasado. Pronuncio en seis ocasiones distintas la frase mañana es el primer día del resto de mi vida. Y sin embargo un día cualquiera aparece un personaje cualquiera y en medio de diecisiete cervezas te suelta: -¿y qué? ¿Has encontrado lo que buscas?- Pongo mi mirada de dálmata de porcelana. –Sí sí. Que he escuchado tu conversación y estás ahí de un lado a otro intentando llenar el tiempo en lugar de arriesgarte. Es lo que os pasa ahora a todos los putos niños ricos capitalistas de Occidente. Pero no te preocupes, tú no tienes la culpa-. Ni mi estado ni el suyo daban para un circunloquio sobre el inconformismo vital de mi generación, así que zanjé con un mundano -ya, tú tampoco tienes que preocuparte, porque quitando a Belén Esteban, el resto de la gente tampoco tenéis la culpa de tener la cara que tenéis-.

Volví a casa esa noche más menos que más y las palabras del hombrecillo retumbaron en la pared mientras me fumaba el último porro. De repente, tras una densa nube de humo aparece un chucho de raza inclasificable, al que (aún no sé por qué) decidí interpelar:

- Tú no eres mi perro. ¿O sí?

- Soy una zorra.

- Tampoco vayas a preocuparte ahora tú por eso también.

- Que no, que no. Que soy una zorra de verdad. Como la del cuento. Sí hombre, ése del sombrero que resulta ser una serpiente que… bueno mira, da igual. El caso es que he venido porque te veo un poco perdida.

- Qué maja la muy zorra. Y escúchame, ¿haces esto muy a menudo?

- Bueno, a veces príncipes, al tuyo por ejemplo le recomendé que no posara en faena para esa revista, de ahí lo del posado robado, Homer Simpson, Massiel…

- Ya, el tema es que yo no estoy perdida, sólo que no tengo demasiado claro ni qué estoy buscando ni dónde. Y como a menudo me siento más situación que persona… ya sabes.

- Tú eres idiota.

- ¿Perdona?

- Sí sí. Es tu problema base. Cuando te dejes de gilipolleces tremendistas vendrá todo lo demás. Y ahora me voy, que soy una zorra ocupada.

- ¿En serio? ¿Y ya? Vaya una mierda de fábula.

- A ver, aquí ¿la zorra quién es?

- pssss….

Y se marchó dejando tras de sí un eco perturbador: idiota… idiota… idiotaaa…

El caso es que siempre pensé que si alguna vez protagonizaba alguna escena digna de tener moraleja no acabaría en “por lo tanto niños, en esta vida hay que ser menos subnormal”.

También es cierto que la efervescencia de unos pensamientos que a menudo complico con la marihuana no me deja tener un solo recuerdo coherente. Y puede que únicamente fuera Malena diciéndome:

-Anda Pilar, no digas tonterías y acuéstate. Que con este colocón y en plan fatalista es que no te soporto.

sábado, 5 de febrero de 2011

Bailando con esqueletos

Últimamente sólo dejo que pasen las horas. Absorta en las manillas de un reloj parado. Tras la ventana las nubes paradas, los coches parados, los semáforos parados. La gente...

Así que espero.

Pero me alimenta la idea de ver mi puta realidad como una película costumbrista llena de colores cálidos, violines y una saxofonista negra que es muda de nacimiento . Inmersa siempre en la misma secuencia en la que intuyes que algo está a punto de suceder, pero no pasa nada. Tengo el atrezo y el disfraz, pero nadie vino a sacar fotos de mi preciosa cesta de frutas ni a hacer un encuadre perfecto de la lágrima pendiente de la punta de mi nariz. Hoy estoy más intranquila de lo habitual.

La bombilla de la habitación aún sigue desnuda. La enciendo al tiempo que lleno mis pulmones de tanta mixtura narcótica como puedan soportar y abro el armario de las verdades.

Y apago las pupilas.

Las estanterías están repletas de esqueletos guardados en cajas de zapato y de la barra aún cuelgan cadáveres frescos. Mantengo a raya a las moscas sin demasiado trabajo -el barnizado de formol de la madera ayuda a mantener la asepsia de estos muebles-. Sentada en el suelo voy retirando las tapas llenas de polvo sin siquiera leer qué contienen y monto uno a uno los armazones de cuerpos inertes de mi particular colección. Uniendo escrupulosamente cada hueso. Cada vértebra. [Los órganos los pongo yo].

Finalmente los siento frente a mí y les doy de fumar.

Es tanto lo que teníamos pendiente. Nos tiramos toda la noche llorando. Y follando. Y llorando y follando a la vez. Y después bailamos. Y al terminar, volvimos a llorar.

Hoy tengo los ojos hinchados [el sexo también], el suelo de mi habitación convertido en un cementerio de emociones y la pitillera… vacía.

Creo que voy a empezar por cambiar la pila del reloj de la pared. Mañana daré cuerda a las nubes