sábado, 5 de febrero de 2011

Bailando con esqueletos

Últimamente sólo dejo que pasen las horas. Absorta en las manillas de un reloj parado. Tras la ventana las nubes paradas, los coches parados, los semáforos parados. La gente...

Así que espero.

Pero me alimenta la idea de ver mi puta realidad como una película costumbrista llena de colores cálidos, violines y una saxofonista negra que es muda de nacimiento . Inmersa siempre en la misma secuencia en la que intuyes que algo está a punto de suceder, pero no pasa nada. Tengo el atrezo y el disfraz, pero nadie vino a sacar fotos de mi preciosa cesta de frutas ni a hacer un encuadre perfecto de la lágrima pendiente de la punta de mi nariz. Hoy estoy más intranquila de lo habitual.

La bombilla de la habitación aún sigue desnuda. La enciendo al tiempo que lleno mis pulmones de tanta mixtura narcótica como puedan soportar y abro el armario de las verdades.

Y apago las pupilas.

Las estanterías están repletas de esqueletos guardados en cajas de zapato y de la barra aún cuelgan cadáveres frescos. Mantengo a raya a las moscas sin demasiado trabajo -el barnizado de formol de la madera ayuda a mantener la asepsia de estos muebles-. Sentada en el suelo voy retirando las tapas llenas de polvo sin siquiera leer qué contienen y monto uno a uno los armazones de cuerpos inertes de mi particular colección. Uniendo escrupulosamente cada hueso. Cada vértebra. [Los órganos los pongo yo].

Finalmente los siento frente a mí y les doy de fumar.

Es tanto lo que teníamos pendiente. Nos tiramos toda la noche llorando. Y follando. Y llorando y follando a la vez. Y después bailamos. Y al terminar, volvimos a llorar.

Hoy tengo los ojos hinchados [el sexo también], el suelo de mi habitación convertido en un cementerio de emociones y la pitillera… vacía.

Creo que voy a empezar por cambiar la pila del reloj de la pared. Mañana daré cuerda a las nubes