Ahí está otra vez. Mi razón irracional, que se abandona y chorrea
sorteando mis huesos a paso sistólico.
Se torna de un rojo vibrante
y se vuelve líquida. Más y más.
sorteando mis huesos a paso sistólico.
Se torna de un rojo vibrante
y se vuelve líquida. Más y más.
Hasta convertirse en agua
Salada sale de mí
y se precipita hasta mis débiles rodillas. Inestables.
y se precipita hasta mis débiles rodillas. Inestables.
Ridículas.
Mantengo las manos ocultas,
la cabeza alta y la lengua despierta.
Y la obligo a liberar el aire preso en mi pecho.
Pero mi garganta está tensa.
Todos los músculos trabajan al unísono para que la sangre pueda subir,
y sólo dejan salir sonidos amorfos acompañados de palabras inconexas.
Mientras procuro la verticalidad,
mi mente y mi estómago se abrazan en no sé qué danza macabra.
Turbulenta… del todo inapropiada.
Es cuando mis frágiles tobillos
toman la iniciativa e instigan a mi pobre cerebro a excusarse.
Pobre.
La combinación de corrientes frías, cálidas
y aún más cálidas
sólo dan margen al balbuceo...
Y entonces ocurrió.
Al sucumbir la verticalidad,
mi amor quedó desterrado a lo más profundo del retrete,
y mi fugitiva razón regresó para exigir sus derechos.
¿Y ahora qué?
¿Seguirá este chico ahí fuera?
¿Seguirá este chico ahí fuera?
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